Archivo | diciembre, 2020

Club de lectura de Libro vuela libre: El inmortal, de Borges

23 Dic

El inmortal, de Borges, ha sido la obra elegida para estrenar una nueva sección del club de lectura en Valencia de Libro vuela libre: En la cornisa, que, a partir de ahora, coordinará el escritor, periodista y crítico literario Jimmy Entraigües.

Jimmy Entraigües estrena con El inmortal, de Borges una nueva sección en el club de lectura en Valencia de Libro vuela libre

Los seguidores del taller de escritura creativa y de las comunidades de escritores de Libro vuela libre seguro que disfrutarán también de este primer artículo dedicado a El inmortal de Borges, que antecede a todos los que irán poblando de grandes obras y agudas reflexiones nuestra nueva cornisa literaria. El deleite está garantizado porque el estreno de esta sección de nuestro club de lectura promete, ya que está protagonizada por Borges, por uno de sus más brillantes relatos y por un excelente autor y analista hispanoargentino, Jimmy Entraigües, que ama y conoce el universo borgeano a partes iguales.

EN LA CORNISA, de Jimmy Entraigües

Breve acercamiento a El inmortal, de Borges, para el club de lectura y las comunidades literarias de LIBRO VUELA LIBRE

Dentro de ese maravilloso libro de cuentos titulado ‘El Aleph’ (1949), de Jorge Luis Borges, nos encontramos con un primer relato llamado ‘El inmortal’. De él su autor nos indica, en el epílogo del libro, que se trata de “un bosquejo de una ética para inmortales” y que su tema “es el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres”. Así de fácil, y así de complejo (en apenas dos breves pinceladas), define Borges uno de sus cuentos más elaborados y estudiados. Resulta interesante comprobar el ordenamiento que Borges da a ‘El Aleph’ ya que se inicia sobre una de sus pasiones filosóficas para concluirla con el hallazgo de una piedra circular que contiene “todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” como espacio infinito. Sin duda sabía muy bien cómo tomar la mano del lector para arrastrarlo por un paseo donde tienen cabida todos los tiempos, todos los espacios y todos los mundos.

Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales”.

La historia, según el cuento, es la traducción de un viejo manuscrito escrito en inglés, que “abunda” en latinismos y que se encuentra al final de la ‘Iliada’ de Pope. El manuscrito es comprado por la princesa Lucinge al anticuario Joseph Cartaphilus, personaje que posteriormente fallece en el mar.

El verdadero núcleo de la historia, ya atrapados por el interés del manuscrito, se inicia cuando un hombre (Marco Flaminio Rufo), tribuno del emperador Diocleciano, toma la iniciativa de buscar la Ciudad de los Inmortales gracias a la información ofrecida por un jinete procedente de oriente.

El viaje emprendido por el tribuno permite a Borges ahondar en su fascinación por el Lejano Oriente (son muchos los cuentos que contienen este enamoramiento) al tiempo que juega con la idea, subliminal, de que nosotros mismos (como cautivados lectores) somos el ‘lejano oriente’ del Lejano Oriente (otra idea muy borgiana). Todo ello es una muestra ‘simbólica’ de metas inalcanzables y horizontes difíciles a los que arribar que deja ver la irónica burla que el autor deja caer sobre el lector y la humanidad. De alguna forma, y casi tomando a su admirado Schopenhauer como referencia (“Desear la inmortalidad, es desear la perpetuación de un gran error”), Borges nos hace avanzar por el recorrido de esa afirmación hasta hacernos caer, si somos bueno lectores, en la advertencia de Francis Bacon que precede al relato: “Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon given his sentence, that all novelty is but oblivion”.

                  Francis Bacon, Essays, lviii

Marco Flaminio Rufo emprende confiado la búsqueda de la ciudad (también la ciudad es otra meta como lo pueden ser los ideales, los principios morales, éticos, filosóficos…), para encontrarse con un saber y un conocimiento total y absoluto. Otra nueva ironía borginana nos sale al paso al pensar que ir en busca de un conocimiento superior nos hace más sabios dejando constancia de que todo lo sabido no era suficiente y de si ese nuevo saber nos dará, realmente, mayor conocimiento o nos hará más ignorantes que antes de emprender la búsqueda o…, lo que es mucho más terrible, se nos ha enseñado tanto a perseguir nuestros sueños a través de las estrategias impuestas por otros (sí, como un bestial adelanto del pensamiento posmoderno) que nuestro gregarismo es bochornoso.  Bajo el mando de doscientos soldados y varios mercenarios, Marco Flaminio Rufo emprende el camino hacia la Ciudad de los Inmortales. Muy pronto casi todos los soldados y mercenarios traicionan al tribuno y éste llega hasta el país de los trogloditas con pocos hombres. Los trogloditas (que ‘carecen del comercio de la palabra’) son primitivos y simples; a lo largo del recorrido varios de sus hombres se amotinan y Rufo crucifica a uno de los sediciosos, lo que habilita la venganza de varios de sus compañeros de viaje. 

Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la luna; la fiebre los ardió; en el agua depravada de las cisternas otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines. Para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí rectamente, pero un centurión me advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Huí del campamento con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me laceró. Varios días erré sin encontrar agua, o un solo enorme día multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de la sed. Dejé el camino al arbitrio de mi caballo. En el alba, la lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo”.

La Ciudad de los Inmortales se encuentra en territorio de trogloditas  y allí llega Marco Flaminio Rufo para descubrir que el caos domina la ciudad. Incluso antes de penetrar en ella se percata de que debe atravesar un laberinto, dividido en nueve pasillos que conducen a cámaras idénticas que conducen a otros nueve pasillos. El orden no existe. Hay corredores y pasillos que no van a ningún sitio, las ventanas no ofrecen paisajes posibles, las escaleras se sitúan al revés, toda la arquitectura es delirante y opresiva. La visión es como enfrentarse a una obra de Escher o los interiores dibujados por Piranesi de escaleras, cámaras y bóvedas (obras que Borges admiraba profundamente).

El tribuno ha perdido la noción del tiempo y el espacio y su desasosiego aumentan al tratar de encontrar una salida de la laberíntica ciudad. Para su sorpresa un troglodita le espera al encontrar un escape y Marco Flaminio Rufo emprende la tarea de enseñarle a hablar (una de las expresiones del conocimiento) y le adjudica un nombre, Argos. Los esfuerzos, pese al pésimo trato que da a su compañero, logran el objetivo: Argos habla. Lo que dice da sentido al cíclico error de la eternidad: es el autor de ‘La odisea’. Aquí vuelve a tomar carta de valor Schopenhauer, quien plantea en sus obras, retomando el pensamiento budista, que la vida, a modo de sueño, es una ilusión (maya) que repetimos en cualquier punto, en cualquier geografía, en cualquier tiempo, en cualquier espacio… El pueblo troglodita, tras una lluvia, sale de su estado de silencio y el razonamiento lógico les lleva a abandonar la ciudad en busca del río que quita la inmortalidad. Marco Flaminio Rufo transmuta su nombre (otro juego borgiano: la transmutación) y, en busca de aguas que le resten el vacío de la inmortalidad, dedica su tiempo al juego del ajedrez, a escribir los viajes de Simbad, a participar en guerras que luego olvida y…, a narrar los acontecimientos de su historia.

Marco Flaminio Rufo, cual Homero, hace eco de su trayectoria vital a sabiendas de que los viajes de Ulises serán contados, escritos y narrados por otros, de que todo se repite y de que todos los hombres, como pequeños dioses (muy cercano al concepto de Spinoza) son parte de una misma unidad que forma un todo y de que todo ideal, toda búsqueda es repetitiva (no hay nada nuevo bajo el sol) sin llegar a comprenderse hasta convertirse en un simbolismo eterno, casi inmortal. Como cierre a la historia, Borges nos advierte: “Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”.

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Grandes cuentos en el club de lectura de Libro vuela libre

10 Dic

Grandes cuentos en las recomendaciones en curso del club de lectura de los cursos de escritura creativa de Libro vuela libre: “El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling

Juan Agustín Vigil, el responsable de nuestra sección literaria Doktor In Faustus, que ya recomendó para los seguidores del club de lectura de verano de Libro vuela libre Los sonrientes, un excelente cuento de Scott  Fitzgerald, vuelve a elegir, para su sección de grandes clásicos de novela y relato corto, otra brillante obra de la narrativa breve: El ojo de Alá, de Rudyard Kipling.

Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia de los cursos de escritura creativa de Libro vuela libre

Disfrutad de las tres atractivas puertas de entrada y de la ficha técnica de esta edición de El ojo de Alá, que Doktor In Faustus ha seleccionado para la campaña de Libros de papel de nuestro taller de escritura en Valencia, y del talento de este excelente autor británico que fue el primero en recibir el Premio Nobel de Literatura e 1907.

Grandes cuentos en el club de lectura de Libro vuela libre. DOKTOR IN FAUSTUS RECOMIENDA: “El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. ARGUMENTO:

  Tras un viaje por Andalucía, John de Burgos, destacado pintor medieval, regresa al monasterio inglés de Saint  Illod  portando un extraño y fascinante artefacto: un rudimentario microscopio, por el que es posible asomarse a otra dimensión de la vida, velada a la oscura mirada humana. 

  Entre los dirigentes religiosos se plantea un trascendental dilema: ¿es siempre conveniente la difusión del saber? o, por contra, ¿puede causar grave peligro al receptor si éste no se halla preparado para asimilarlo? Y en ese caso: ¿es moral destruir la causa de tan grave peligro?

  Pero lo que se descubre en una simple gota de agua, a través del artilugio del pintor, no es el Infierno sino la Vida, en otra de sus infinitas dimensiones. Y de un plumazo provoca la muerte de un sinfín de falsas apariencias. Aunque todo siga igual, ya nada volverá a ser lo mismo.

“El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Datos de la edición elegida por DOKTOR IN FAUSTUS:

Editor: Germán Sánchez Ruipérez, para Ediciones B

Año de la edición recomendada: 1991, en colección “Biblioteca de El Sol”, del diario “EL SOL”.

Traducción: Jaime Zulaika.

Introducción: Horacio Vázquez Rial.

“El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia. Fragmento 1º (págs.33, 34 y 35 de la edición recomendada):

  «Componía las márgenes del cuadro una filigrana de compartimentos células irregulares pero equilibradas, donde estaban sentados, bañándose o revolcándose, demonios en blanco, por así decirlo: cosas aún incontaminadas por el mal: indiferentes, pero anárquicamente fuera de la imaginación. Sus formas semejaban, nuevamente, escalas, cadenas, látigos, diamantes, capullos abortados o esferas grávidas y fosforescentes, algunas casi estrellas.

  Roger de Salerno las parangonó con las obsesiones de un cerebro eclesiástico.

  —¿Malignos? —inquirió el fraile de Oxford.

  —Considerad horrible todo lo desconocido —citó Roger con desprecio.

  —Yo no. Pero son maravillosos… una maravilla. Creo…

  El fraile retrocedió. Thomas se adelantó haciéndose un hueco para ver mejor, y entreabrió la boca.

  —Hablad —dijo Stephen, que le había estado observando—. Aquí somos todos más o menos doctores.

  —¡Pues yo diría —se apresuró Thomas, como quien arriesga en el empeño la convicción de su vida— que estas formas inferiores de los márgenes quizá no sean tan malignas o diabólicas, sino modelos y diseños con los que John ha ataviado y  embellecido a sus auténticos diablos que ha puesto entre los cerdos!

  —¿Y eso significaría… ? —preguntó bruscamente Roger de Salerno.

  —Según mi humilde parecer, que él puede haber visto esas formas…sin ayuda de fármacos.

  —Ahora decidme quién —dijo John de Burgos, después de un rotundo y desconsiderado juramento, —quién os ha hecho tan sabio de repente, hermano Escéptico.

  —¿Sabio yo? ¡Dios me libre! Sólo que, John, acordaos de aquel invierno, hace seis años, en que los copos de nieve se derretían sobre vuestra manga en la puerta de la cocina .Me los enseñasteis a través de un diminuto cristal que agrandaba las cosas pequeñas.

  —Sí. Los árabes llaman a ese cristal Ojo de Alá —corroboró John.»

 Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia. “El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Fragmento 2º (Págs. 36, 37 y 38 de la edición en papel recomendada):

  «John sacó del pecho una caja de cuero grabada, de unas seis u ocho pulgadas de largo, en cuyo interior, envueltos en descolorido terciopelo, se hallaban lo que parecían ser compases con orla de plata y vieja madera de boj, con un tornillo en la cima que abría o cerraba las patas hasta diminutos ángulos. Las patas no terminaban en punta, sino en forma de cuchara, una espátula estaba perforada por un agujero con forro metálico de menos de un cuarto de pulgada de diámetro, y la otra por un agujero de media pulgada. En este último John introdujo, después de haberlo limpiado cuidadosamente con un paño de seda, un cilindro de metal que contenía vidrio o cristal, al parecer, en cada extremo.

  —¡Ah! ¡Arte óptico! —dijo el fraile—.

                                                                         (…)

—¡Bien! —Miró a través del artefacto—. Aquí están todas mis figuras. ¡Ahora mirad, padre! Si no las captáis al principio con la vista, girad este borde estriado, que se mueve de derecha a izquierda. 

  —No lo he olvidado —dijo el abad, ocupando su sitio—. ¡Sí! Aquí están…, igual que en mi tiempo…, mi tiempo pasado. Me dijeron que no tenían fin… ¡No tienen fin!

  —Va a marcharse la luz. ¡Oh, dejadme ver! ¡Permitid que yo también lo vea!, —suplicó el fraile, empujando casi a Stephen para apartarle del ingenio visual. El abad le cedió el paso. Sus ojos estaban en el tiempo pasado.  Pero el fraile, en vez de mirar, dio vueltas al artefacto en sus manos diestras.

  —No, no —le interrumpió John porque el hombre estaba ya manoseando las tuercas—. Dejádselo al doctor.

   Roger de Salerno miró durante minutos. John vio que sus pómulos de venas azules se tornaban blancos. El italiano se retiró por fin, como fulminado.

   —Es un mundo nuevo, un mundo nuevo, ¡oh Dios injusto! ¡Soy viejo!

   —Y ahora Thomas —ordenó el abad.

  John manipuló el tubo para el enfermero, cuyas  manos temblaban y que también se demoró mucho contemplando.

  —Es la vida —dijo enseguida, con voz entrecortada—. ¡No el infierno! Vida creada y gozosa, la obra del Creador. Viven, aunque los haya soñado. Entonces, no era pecado soñar. ¡No era pecado, oh Dios, no lo era!»

“El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia. 3er. Fragmento (Págs. 42 y 43 de la edición en papel recomendada):

  «Thomas, el enfermero, levantó otra vez la cabeza, y esta vez no tartamudeó.

  —Lo mismo que en el agua, ¡en la sangre tienen que rabiar y guerrear mutuamente! He soñado con ello los últimos diez años. Creí que era pecado, pero ¡mis sueños y los de Varrón son ciertos! ¡Pensadlo nuevamente! ¡Tenemos la Luz debajo mismo de las manos!

  —¡Callaos! No resistiríais la hoguera mejor que otros. Os expondré el caso como la Iglesia, y yo mismo, lo enjuiciaría. Nuestro John vuelve de entre la morisma y nos muestra un infierno de diablos porfiando en el compás de una gota de agua. ¡Mágica supresión del pasado! Hasta se oyen crepitar los haces de leña.

  —¡Pero lo sabíais! ¡Lo habíais visto antes! ¡Poe el bien del hombre! ¡Por nuestra antigua amistad… Stephen!

  El franciscano intentaba guardarse los compases en el pecho mientras imprecaba.

  —Lo que Stephen de Sauré conoce, sus amigos lo conocen también. ¡Os conmino ahora a obedecer al abad de St. Illod. ¡Dádmelo!

  Extendió su mano anillada.

  —¿No puedo…, puede John, aquí presente… ¡siquiera hacer el dibujo de un… un tornillo? —dijo el fraile, con voz temblorosa, a pesar de sí mismo.

  —¡De ninguna manera! —Stephen cogió el instrumento—. Vuestra daga, John. Envainada servirá.

  Desatornilló el cilindro de metal, lo dejó sobre la mesa, y con la empuñadura de la daga machacó el cristal hasta convertirlo en un polvo chispeante que luego barrió hasta el hueco de la mano y arrojó detrás de la chimenea.

  —Parecería —dijo— que la elección estriba entre dos pecados. Denegar al mundo una Luz que tenemos debajo de la mano o ilustrarlo antes de que sea tiempo. Lo que habéis visto yo lo vi hace mucho entre los físicos de El Cairo. Y yo sé qué doctrina extrajeron de ello. ¿Vos habéis soñado, Thomas? Yo también, con mayor conocimiento. Pero este nacimiento, hijos míos, es prematuro. No será más que la madre de más muerte, más tortura, más división y mayor oscuridad en esta era tenebrosa. Por consiguiente yo, que conozco tanto mi mundo como la Iglesia, hago esta elección en mi conciencia. ¡Idos! Asunto terminado.

  Introdujo la madera de los compases muy hondo entre los leños de haya, y no tardó en consumirla el fuego.»

                             D.I.F.  “Mi alma por una gran obra”

Narradores del siglo XX. Clave N-23 del taller de escritura

2 Dic

Narradores del siglo XX: después de nuestros últimos homenajes a los narradores del círculo de Bloomsbury, otros dos excelentes escritores del siglo XX, el autor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro y el escritor y periodista estadounidense Tom Wolfe, protagonizarán el siguiente bloque de tributos de las cadenas literarias de Libro vuela libre y las actividades de la clave N-23 de su taller de escritura en Valencia.

Tributos a los narradores del siglo XX en el taller de escritura en Valencia de Libro vuela libre

Los restos del día, la brillante y sutil novela de Kazuo Ishiguro ambientada en la Inglaterra de los años cincuenta, ha sido la obra elegida por nuestro taller de escritura para que se combine, a través de sus elegantes claroscuros y juegos de máscaras, con el intenso descenso a los infiernos de Charlie Croker, el protagonista de Todo un hombre, la feroz y caleidoscópica novela de Tom Wolfe en la que se disecciona Atlanta, una de las grandes ciudades norteamericanas del sur.

Tom Wolfe y Kazuo Ishiguro en los próximos tributos literarios de LIBRO VUELA LIBRE a los narradores del siglo XX. Fragmentos en curso:

Narradores del siglo XX, fragmento número uno de los tributos de la clave N-23 en el taller de escritura en Valencia de Libro vuela libre. Kazuo Ishiguro, Los restos del día:

«Pero esto no significa, naturalmente, que de vez en cuando no surjan ocasiones –ocasiones sumamente desoladoras- en las que una piensa que ha cometido un terrible error con su vida. Entonces comienzas a pensar en otra vida distinta, en esa vida mejor que parecía estar a tu alcance. Por ejemplo, me pongo a pensar en el tipo de vida que hubiera llevado con usted, señor Stevens. Y supongo que, cuando eso ocurre, me enfado por cualquier trivialidad y salgo de la estancia en cuestión. Pero cada vez que me siento de este modo, no tardo en darme cuenta de que mi legítimo lugar está junto a mi marido. A fin de cuentas, no podemos hacer retroceder el tiempo.»

Kazuo Ishiguro, fragmento de Los restos del día

Narradores del siglo XX, fragmento número dos de los tributos de la clave N-23 en el taller de escritura en Valencia de Libro vuela libre. Tom Wolfe, Todo un hombre:

-Soy Conrad.

Una pausa; a continuación:

-¡Maldita sea! ¡Desguace total! ¿Dónde estás? No, no me lo digas, no quiero saberlo. Vinieron a verme un par de corbatines la semana pasada preguntando si sabía dónde estabas.

-¿Corbatines?

-FBI.

Una oleada de alarma neural recorrió el plexo solar de Conrad.

-¿El FBI? ¿Estás seguro? –su voz se enronqueció de pronto.

-Eso es lo que me dijeron. No se me ocurre que alguien fuera a fingir eso.

-¿Dónde fue?

-Aquí, en mi casa.

-¿Qué querían?

-Saber si sabía dónde estás. Así que no me lo digas.

-¿Cómo te han relacionado conmigo?

-No lo sé. A lo mejor alguien de la cámara frigorífica. A lo mejor alguien que tú conoces.

-¿Qué les dijiste?

-Les dije la verdad.

Tom Wolfe, fragmento de Todo un hombre

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