Regala un taller de escritura en los grupos online o presenciales de LIBRO VUELA LIBRE:
El mejor regalo es la cultura: regala un taller de escritura en los grupos online o presenciales de LIBRO VUELA LIBRE.
En nuestro taller de escritura en Valencia sabemos que la vida está llena de momentos en los que nos apetece obsequiar o regalarnos una experiencia enriquecedora, y que las que más nos aportan, a cualquier edad, son las creativas.
Celebramos que el mejor regalo para muchas personas, el más acertado y original, sea cada vez con más frecuencia el que alimenta su sensibilidad y su cultura. Por eso hemos creado una tarjeta de regalo especial, para que te obsequies o regales esta temporada una experiencia creativa en alguno de los talleres presenciales de escritura adscritos a «Libro, vuela libre» en Valencia.
Bonos regalo mensuales en los grupos online o presenciales de LIBRO VUELA LIBRE: regala un taller de escritura en el grupo más adecuado
Nuestros bonos regalo mensuales de 58€ están disponibles ya para ti y tus seres queridos en diversos niveles y horarios de nuestros cursos de escritura, adaptados tanto a personas que se asoman por primera vez a la aventura de escribir como a las que tienen una larga experiencia en la creación literaria. No tienes más que consultar el grupo con plazas disponibles más adecuado para ti, o para la persona a la que deseas obsequiar, a través de este correo electrónico: auroralunav@hotmail.com o de este número de teléfono y de whatssap: 661 132 822 Disfruta expresando tu creatividad a través de la palabra.
Taller de escritura creativa, recomendaciones literarias en curso:
Taller de escritura creativa, recomendaciones literarias en curso. Jean Paul Sartre, fragmento de “Qué es la Literatura”
“Para mí, Florencia es también cierta mujer, una actriz norteamericana que actuaba en las películas mudas de mi infancia y de la que he olvidado todo, salvo que era larga como un guante de baile, que siempre estaba un poco cansada y era casta, que siempre representaba papeles de esposa incomprendida y que se llamaba Florencia y yo la amaba. Porque la palabra, que arranca al prosista de sí mismo y lo lanza al mundo, devuelve al poeta, como un espejo, su propia imagen. Esto es lo que justifica la doble empresa de Leiris, quien por un lado, en su Glossaire, trata de dar a ciertas palabras una definición poética, es decir, que sea por sí misma una síntesis de implicaciones recíprocas entre el cuerpo sonoro y el alma verbal y, por otro, en una obra todavía inédita, se lanza a la busca del tiempo perdido, tomando como guías ciertas palabras especialmente cargadas para él de valor afectivo. Así, pues, la palabra poética es un microcosmos. La crisis del lenguaje que se produjo a comienzos del siglo fue una crisis poética. Sean cuales fueren los factores sociales e históricos que la produjeron, esta crisis se manifestó por accesos de despersonalización del escritor ante las palabras. No sabía servirse de ellas y, según la célebre fórmula de Bergson, sólo las reconocía a medias; se acercaba a ellas con una sensación de extrañeza verdaderamente fructuosa: ya no le pertenecían, ya no eran para él, pero, en esos espejos desconocidos, se reflejaban el cielo, la tierra y la propia vida. Y, finalmente, se convertían en las cosas mismas o, mejor dicho, en el corazón negro de las cosas.”
Taller de escritura creativa, recomendaciones literarias en curso. Yuri Andrujovich, fragmento de «Recreaciones «
“Esta penumbra del pueblo, estos murciélagos en los campanarios, estas velas en el cementerio, estas salas de tormentos en los sótanos, estos pozos llenos de huesos, estos trastos en cuartos viejos, este cieno en las fuentes, estos vertederos en las laderas, estas voces en los subterráneos, así como estos tubos y grifos oxidados, lavabos desconchados, baños llenos de basura, platos desgastados, sábanas desgarradas, porcelana rota, campanas enterradas, cruces sin travesaños, los cuatro jinetes.
Estos semicírculos azules, estos labios pintados, moratones sacros, estigmas, venas hinchadas, narices hundidas, columnas torcidas, estas lenguas movedizas, caderas cantantes, medias rotas, hombros desnudos, colmillos ensangrentados, clavículas puntiagudas, pechos mordidos, estas farolas entre los pies, este brillo.
Y vosotros sois incapaces de decir algo aquí, de cambiar algo aquí: andáis en círculos, como sonámbulos y cada uno tiene su planeta y cada uno cogerá su camino, aunque erais totalmente sinceros en vuestro deseo de quedaros siempre juntos y de no hacer tonterías, pero el alcohol ronda vuestras cabezas y la fiesta os pisotea, estáis molidos y desmenuzados como la carne picada por un buen cocinero, porque, como ya dijo Mórtich, todos estáis solos, así que es muy dudoso que podáis encontrar algo entre estas carpas y escenarios, entre estos inútiles hermosos, en esta plaza completamente rodeada de montañas y de Europa por doquier, donde cada uno de vosotros se perderá a su manera, mira, ya empieza, le llaman, silban, gritan, cogen de la manga, ruegan, exigen:
-¡Señor Martoflak…!
Por fin ha llegado el momento, Martoflak: el pueblo conoce a sus poetas, te llaman, te necesitan, empiezas a dibujar autógrafos para estos jóvenes guapetones en camisas bordadas y vaqueros desteñidos, está claro que son universitarios, que sueñan con tus poemas, entre ellos Marta ha reconocido al que casi se mareó en el autobús de la alegría de verte.
Les escribes en sus libretas de notas, en tus libros, en tus retratos toda clase de disparates, Martoflak, porque lo más importante es no repetir ninguno de los autógrafos en ningún sitio, hay que ser siempre escueto, gracioso, filosófico, generoso, autosuficiente, majestuoso. Pero esta chiquilla con ojos como endrinas y labios demandantes no lleva nada: ni una libreta de notas, ni un libro, ni tu fotografía, Martoflak, y te pide que le dejes una firma en su frente, y pides un rotulador azul y otro amarillo y trazas tus iniciales en su cálida sobreceja, bravo, ole, le besas la mano, ¿y ahora qué? «.
Taller de escritura creativa, recomendaciones literarias en curso. O. Henry, fragmento de «Regalo de Reyes«
«Es posible que hayas visto un espejo de cuerpo entero en un pisito de ocho dólares. Una persona muy delgada y muy ágil puede, observando su reflejo en una sucesión rápida de fajas longitudinales, hacerse una idea bastante exacta de su aspecto. Della, que era delgada, había dominado ese arte. De pronto se apartó de la ventana y se paró frente al espejo. Le brillaban los ojos luminosamente, pero su rostro había perdido el color en veinte segundos. Rápidamente se soltó el pelo y lo dejó caer en toda su longitud. Había, por otra parte, dos posesiones de los Dillingham Young de las que ambos se enorgullecían mucho. Una era el reloj de oro de Jim, que había sido de su padre y de su abuelo. La otra era el cabello de Della. Si la reina de Saba hubiese vivido en el piso del otro lado del pozo de ventilación, Della habría dejado colgar su pelo por la ventana algún día a secar solo por depreciar las joyas y regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiese sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim habría sacado su reloj cada vez que pasase, sólo para verle mesarse las barbas de envidia.
Así pues, el hermoso cabello de Della se desplegaba a su alrededor, ondulándose y brillando como una cascada de aguas color castaño. Le llegaba por debajo de la rodilla y era casi como un vestido. Luego volvió a recogerlo nerviosa rápidamente. Vaciló un instante y se irguió, y salpicaron la gastada alfombra roja unas cuantas lágrimas.
Se puso la vieja chaqueta marrón; se puso el viejo sombrero marrón. Con un revoloteo de faldas y la chispa de brillo aún en los ojos, salió y bajó las escaleras hasta la calle.»