Grandes cuentos en el club de lectura de Libro vuela libre

10 Dic

Grandes cuentos en las recomendaciones en curso del club de lectura de los cursos de escritura creativa de Libro vuela libre: “El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling

Juan Agustín Vigil, el responsable de nuestra sección literaria Doktor In Faustus, que ya recomendó para los seguidores del club de lectura de verano de Libro vuela libre Los sonrientes, un excelente cuento de Scott  Fitzgerald, vuelve a elegir, para su sección de grandes clásicos de novela y relato corto, otra brillante obra de la narrativa breve: El ojo de Alá, de Rudyard Kipling.

Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia de los cursos de escritura creativa de Libro vuela libre

Disfrutad de las tres atractivas puertas de entrada y de la ficha técnica de esta edición de El ojo de Alá, que Doktor In Faustus ha seleccionado para la campaña de Libros de papel de nuestro taller de escritura en Valencia, y del talento de este excelente autor británico que fue el primero en recibir el Premio Nobel de Literatura e 1907.

Grandes cuentos en el club de lectura de Libro vuela libre. DOKTOR IN FAUSTUS RECOMIENDA: “El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. ARGUMENTO:

  Tras un viaje por Andalucía, John de Burgos, destacado pintor medieval, regresa al monasterio inglés de Saint  Illod  portando un extraño y fascinante artefacto: un rudimentario microscopio, por el que es posible asomarse a otra dimensión de la vida, velada a la oscura mirada humana. 

  Entre los dirigentes religiosos se plantea un trascendental dilema: ¿es siempre conveniente la difusión del saber? o, por contra, ¿puede causar grave peligro al receptor si éste no se halla preparado para asimilarlo? Y en ese caso: ¿es moral destruir la causa de tan grave peligro?

  Pero lo que se descubre en una simple gota de agua, a través del artilugio del pintor, no es el Infierno sino la Vida, en otra de sus infinitas dimensiones. Y de un plumazo provoca la muerte de un sinfín de falsas apariencias. Aunque todo siga igual, ya nada volverá a ser lo mismo.

“El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Datos de la edición elegida por DOKTOR IN FAUSTUS:

Editor: Germán Sánchez Ruipérez, para Ediciones B

Año de la edición recomendada: 1991, en colección “Biblioteca de El Sol”, del diario “EL SOL”.

Traducción: Jaime Zulaika.

Introducción: Horacio Vázquez Rial.

“El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia. Fragmento 1º (págs.33, 34 y 35 de la edición recomendada):

  «Componía las márgenes del cuadro una filigrana de compartimentos células irregulares pero equilibradas, donde estaban sentados, bañándose o revolcándose, demonios en blanco, por así decirlo: cosas aún incontaminadas por el mal: indiferentes, pero anárquicamente fuera de la imaginación. Sus formas semejaban, nuevamente, escalas, cadenas, látigos, diamantes, capullos abortados o esferas grávidas y fosforescentes, algunas casi estrellas.

  Roger de Salerno las parangonó con las obsesiones de un cerebro eclesiástico.

  —¿Malignos? —inquirió el fraile de Oxford.

  —Considerad horrible todo lo desconocido —citó Roger con desprecio.

  —Yo no. Pero son maravillosos… una maravilla. Creo…

  El fraile retrocedió. Thomas se adelantó haciéndose un hueco para ver mejor, y entreabrió la boca.

  —Hablad —dijo Stephen, que le había estado observando—. Aquí somos todos más o menos doctores.

  —¡Pues yo diría —se apresuró Thomas, como quien arriesga en el empeño la convicción de su vida— que estas formas inferiores de los márgenes quizá no sean tan malignas o diabólicas, sino modelos y diseños con los que John ha ataviado y  embellecido a sus auténticos diablos que ha puesto entre los cerdos!

  —¿Y eso significaría… ? —preguntó bruscamente Roger de Salerno.

  —Según mi humilde parecer, que él puede haber visto esas formas…sin ayuda de fármacos.

  —Ahora decidme quién —dijo John de Burgos, después de un rotundo y desconsiderado juramento, —quién os ha hecho tan sabio de repente, hermano Escéptico.

  —¿Sabio yo? ¡Dios me libre! Sólo que, John, acordaos de aquel invierno, hace seis años, en que los copos de nieve se derretían sobre vuestra manga en la puerta de la cocina .Me los enseñasteis a través de un diminuto cristal que agrandaba las cosas pequeñas.

  —Sí. Los árabes llaman a ese cristal Ojo de Alá —corroboró John.»

 Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia. “El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Fragmento 2º (Págs. 36, 37 y 38 de la edición en papel recomendada):

  «John sacó del pecho una caja de cuero grabada, de unas seis u ocho pulgadas de largo, en cuyo interior, envueltos en descolorido terciopelo, se hallaban lo que parecían ser compases con orla de plata y vieja madera de boj, con un tornillo en la cima que abría o cerraba las patas hasta diminutos ángulos. Las patas no terminaban en punta, sino en forma de cuchara, una espátula estaba perforada por un agujero con forro metálico de menos de un cuarto de pulgada de diámetro, y la otra por un agujero de media pulgada. En este último John introdujo, después de haberlo limpiado cuidadosamente con un paño de seda, un cilindro de metal que contenía vidrio o cristal, al parecer, en cada extremo.

  —¡Ah! ¡Arte óptico! —dijo el fraile—.

                                                                         (…)

—¡Bien! —Miró a través del artefacto—. Aquí están todas mis figuras. ¡Ahora mirad, padre! Si no las captáis al principio con la vista, girad este borde estriado, que se mueve de derecha a izquierda. 

  —No lo he olvidado —dijo el abad, ocupando su sitio—. ¡Sí! Aquí están…, igual que en mi tiempo…, mi tiempo pasado. Me dijeron que no tenían fin… ¡No tienen fin!

  —Va a marcharse la luz. ¡Oh, dejadme ver! ¡Permitid que yo también lo vea!, —suplicó el fraile, empujando casi a Stephen para apartarle del ingenio visual. El abad le cedió el paso. Sus ojos estaban en el tiempo pasado.  Pero el fraile, en vez de mirar, dio vueltas al artefacto en sus manos diestras.

  —No, no —le interrumpió John porque el hombre estaba ya manoseando las tuercas—. Dejádselo al doctor.

   Roger de Salerno miró durante minutos. John vio que sus pómulos de venas azules se tornaban blancos. El italiano se retiró por fin, como fulminado.

   —Es un mundo nuevo, un mundo nuevo, ¡oh Dios injusto! ¡Soy viejo!

   —Y ahora Thomas —ordenó el abad.

  John manipuló el tubo para el enfermero, cuyas  manos temblaban y que también se demoró mucho contemplando.

  —Es la vida —dijo enseguida, con voz entrecortada—. ¡No el infierno! Vida creada y gozosa, la obra del Creador. Viven, aunque los haya soñado. Entonces, no era pecado soñar. ¡No era pecado, oh Dios, no lo era!»

“El OJO DE ALÁ”, de Rudyard Kipling. Grandes cuentos en el club de lectura en Valencia. 3er. Fragmento (Págs. 42 y 43 de la edición en papel recomendada):

  «Thomas, el enfermero, levantó otra vez la cabeza, y esta vez no tartamudeó.

  —Lo mismo que en el agua, ¡en la sangre tienen que rabiar y guerrear mutuamente! He soñado con ello los últimos diez años. Creí que era pecado, pero ¡mis sueños y los de Varrón son ciertos! ¡Pensadlo nuevamente! ¡Tenemos la Luz debajo mismo de las manos!

  —¡Callaos! No resistiríais la hoguera mejor que otros. Os expondré el caso como la Iglesia, y yo mismo, lo enjuiciaría. Nuestro John vuelve de entre la morisma y nos muestra un infierno de diablos porfiando en el compás de una gota de agua. ¡Mágica supresión del pasado! Hasta se oyen crepitar los haces de leña.

  —¡Pero lo sabíais! ¡Lo habíais visto antes! ¡Poe el bien del hombre! ¡Por nuestra antigua amistad… Stephen!

  El franciscano intentaba guardarse los compases en el pecho mientras imprecaba.

  —Lo que Stephen de Sauré conoce, sus amigos lo conocen también. ¡Os conmino ahora a obedecer al abad de St. Illod. ¡Dádmelo!

  Extendió su mano anillada.

  —¿No puedo…, puede John, aquí presente… ¡siquiera hacer el dibujo de un… un tornillo? —dijo el fraile, con voz temblorosa, a pesar de sí mismo.

  —¡De ninguna manera! —Stephen cogió el instrumento—. Vuestra daga, John. Envainada servirá.

  Desatornilló el cilindro de metal, lo dejó sobre la mesa, y con la empuñadura de la daga machacó el cristal hasta convertirlo en un polvo chispeante que luego barrió hasta el hueco de la mano y arrojó detrás de la chimenea.

  —Parecería —dijo— que la elección estriba entre dos pecados. Denegar al mundo una Luz que tenemos debajo de la mano o ilustrarlo antes de que sea tiempo. Lo que habéis visto yo lo vi hace mucho entre los físicos de El Cairo. Y yo sé qué doctrina extrajeron de ello. ¿Vos habéis soñado, Thomas? Yo también, con mayor conocimiento. Pero este nacimiento, hijos míos, es prematuro. No será más que la madre de más muerte, más tortura, más división y mayor oscuridad en esta era tenebrosa. Por consiguiente yo, que conozco tanto mi mundo como la Iglesia, hago esta elección en mi conciencia. ¡Idos! Asunto terminado.

  Introdujo la madera de los compases muy hondo entre los leños de haya, y no tardó en consumirla el fuego.»

                             D.I.F.  “Mi alma por una gran obra”

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