INFLUENCIAS LITERARIAS: LA ESCRITURA MAGNÉTICA DE MARCEL SCHWOB
Pensad en algún escritor del que seáis devotos, seguramente habrá admirado a su vez a Marcel Schwob. Imaginad la vida o la literatura como un río interminable de influencias, de gotas de agua que se cruzan e intercambian una parte de sí: ahí también podéis encontrar a Marcel Schwob. La magnética gota que habitaba en la memoria y la imaginación de este peculiar escritor francés bebió y dio de beber sin ningún atisbo de mezquindad.
André Mayer, que así se llamaba en realidad Schwob, se entregó primero, generosamente, a la fascinación que despertó en él, desde muy jovencito, Robert Louis Stevenson. La conmoción que le había causado este escritor con La Isla del Tesoro y después con el resto de su obra le hizo emprender incluso un accidentado viaje al Pacífico Sur que casi le cuesta la vida, y cuya finalidad era visitar la tumba de su admirado Stevenson en las Islas Samoa.
Podemos visualizar a Marcel Schwob como un sujeto sensible a la conmoción, pues no cabe duda de que la lectura de las obras de Robert Louis Stevenson impactaron en él hasta el punto de impulsarle a hacer ese viaje transformador a las Islas Samoa; y, también, como un receptor de influencias, pues en algunos de sus cuentos, de gran originalidad temática y estilística, se advierten poderosos influjos como los de Poe. Pero Schwob conmocionó a la vez que fue conmocionado, y desde luego influyó hondamente en muchos autores, ya fueran contemporáneos suyos o posteriores a su tiempo. El escritor, poeta, ensayista y filósofo Paul Válery, por ejemplo, le dedicó The Sphynx; y Oscar Wilde, con quien entabló amistad y coincidió durante su estancia en París, hizo lo mismo con Introduction to the Method of Da Vinci.
La personalísima gota de agua de Marcel Schwob rozó el alma de Apollynaire y conseguió que le llamara»el padre de una poesía distinta»; Borges se inspiró en sus Vidas imaginarias -en las que crea una interesante mezcla de ficción y autobiografía– para escribir Historia universal de la infamia; y algunos retazos de la influencia de Schwob, un escritor siempre singular, también son visibles en las obras de Roberto Bolaño, Pierre Michon, Sophie Calle, Perec, Antonio Tabucchi, William Faulkner y Álvaro Cunqueiro. Gota a gota, el rico bagaje cultural y la mirada de este magnético autor que homenajeamos fueron tejiendo una red amplia y misteriosa; roce a roce, todos los autores que amó y que le amaron fueron creando un insólito mar de influencias…
Me temo que esta vez vamos acabar también atrapados en una paradoja: siempre original y siempre él mismo, Schwob ha visitado de nuevo nuestro taller de escritura creativa en Valencia para, extrañamente, recordarnos que somos lo que leemos, que nos influye lo que admiramos y que, en este sentido, ningún escritor, tampoco él, puede escapar ni liberar a otros de las influencias literarias.
HOMENAJES A LA LITERATURA DE MARCEL SCHWOB: LA MÁQUINA PARLANTE
EN EL PRIN-CI-PIO ERA EL VER-BO
aulló la máquina.
-Eso es mentira -dijo el hombre-. Es la mentira de los libros que llaman sagrados. He estudiado durante años y años, he abierto gargantas en las salas de disección, he oído voces, gritos, llantos, sollozos y sermones, los he medido metódicamente, los he sacado de mí mismo y de los demás, he roto mi propia voz en el esfuerzo y he vivido tanto con mi máquina que hablo sin matices, como ella, pues el matiz pertenece al alma y la he perdido. Esta es la verdad y la palabra nueva -gritó con plena potencia de su voz, pero la frase resonó como un ronco murmullo-. La máquina va a decir:
YO HE CREADO EL VERBO
Y los fuelles se pusieron en movimiento bajo los pedales; los pliegues que colgaban de la garganta se hincharon; los labios monstruosos se estremecieron y se abrieron; la lengua trabajó y la palabra explotó en un monstruoso tartamudeo:
VER-BO VER-BO VER-BO
Hubo un desgarramiento extraordinario, un crujido de ruedas, un decaimiento de la garganta, un ajamiento total de los cueros y un fuerte estallido de aire que se llevó hechas pedazos las teclas silábicas; y yo no supe saber si la máquina se había negado a blasfemar o si la ejecutante de las palabras había introducido un principio destructivo en el mecanismo, pues la mujercita contrahecha había desaparecido y el hombre, cuyas arrugas surcaban la cara completamente tensa, agitaba los dedos con furia ante su boca muda porque había perdido la voz definitivamente.
Marcel Shwob, La máquina parlante (fragmento)
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