¿Qué sucede cuando se escribe sin ver? Una mano de ciego se aventura solitaria o disociada, en un espacio mal delimitado, tantea, palpa, acaricia todo lo que inscribe, confía en la memoria de los signos y suple la vista, como si un ojo sin párpado abriera en la punta de los dedos: ojo extra acaba de nacer junto a uña, un solo ojo, un ojo tuerto de cíclope.
Jacques Derrida, en Memorias de ciego
¿Te has preguntado alguna vez cómo miras y si sabes imaginar a partir de lo que ves?
Aprender a mirar, a ver lo que se mira, es primordial para escribir; y mirar lo conocido como si fuera desconocido es fundamental para tener una visión creativa.
A nuestro taller de escritura en Valencia siempre le ha cautivado la certeza de que cada mirada es única, y de que cada visión tiene potencial para traspasar la realidad y encontrar la singularidad que tanto nutre a una buena escritura.
Pero saber mirar no es simplemente situarte delante de las cosas: no es solamente retratarlas, describirlas o retenerlas con todos sus detalles sin aportar algo a cambio. Es frecuente mirar pero no ver, y en ello pueden influir varios fenómenos:
- -Se ha perdido la capacidad de asombro y la curiosidad.
- -Se realiza una percepción selectiva que subraya únicamente los aspectos que más se ajustan a nuestros gustos o ideas y permanece ciega a otros.
- -No se ha desarrollado lo suficiente la capacidad de observación.
- -Se necesita aprender a mirar hacia lo profundo, observar el exterior y acceder a lo que éste produce en ti en términos de reflexión.
Es la mirada la que conforma cada universo, cada ficción, cada realidad consensuada… Y el escritor, para absorber los complejos y ricos materiales de la vida, y mantener intactos sus nutrientes dentro de los relatos literarios, necesita una visión lo más amplia posible: una mirada altamente sensible, aguda y permeable a los matices. Pide, a cada instante y frente a la inmensidad, aprender a mirar como el niño de este bello cuento de Galeano:
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!
Eduardo Galeano, La función del arte/1, en El libro de los abrazos
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