Cursos de escritura, clave R-37: LITERATURA REFRESCANTE

28 May
Cursos de escritura Valencia

 

   La clave R-37 de nuestros cursos de escritura en Valencia celebra la llegada del verano con un nuevo listado de recomendaciones literarias que lleva por título “La mejor literatura refrescante” y que inaugurará las actividades complementarias de nuestro bloque de “Escritores que crean escuela” con tres autores finlandeses de lengua sueca.

Recomendaciones de lectura veraniegas de los cursos de escritura en Valencia de Libro vuela libre

Un éxito internacional: “Las campanas de Roma”, de Göran Stenius; “La familia Mumin en invierno”, de Tove Jansson; y “Katrina”, la novela más famosa de Sally Salminen, serán las primeras en formar parte de las recomendaciones de lectura veraniegas del taller de escritura creativa en curso de “Libro, vuela libre”, que a partir de ahora amplía sus horarios y da a los futuros integrantes de su programa de liberación de talentos la posibilidad de elegir entre nuevos grupos u horarios que se adapten a sus necesidades, bien en cualquiera de los diferentes horarios de tarde que se realizan entre semana o bien en el taller de escritura los sábados por la mañana que se acaba de crear para aquellos a los que les venga mejor asistir al taller en fin de semana.

Más información y solicitud de plaza en los distintos grupos y horarios de los talleres de escritura creativa continuos adscritos a “Libro, vuela libre” y en los cursos de escritura intensivos de verano: 661 13 28 22 y auroralunav@hotmail.com

 LA MEJOR LITERATURA REFRESCANTE. Cursos de escritura en Valencia, clave R-37:

Cursos de escritura en Valencia, clave R-37. Göran Stenius, fragmento de “Las campanas de Roma”:

“Entre el laberinto de las estanterías asomaban de vez en cuando altos funcionarios de la biblioteca: el prefecto español, obeso, de ojos azules y tez rosada, embutido en un severo hábito de benedictino, el pequeño y regordete jefe del Archivo, con sus gafas de montura de oro, emanando un interés paternal hacia los jóvenes adeptos de la ciencia y, finalmente, su hermano, el cardenal, director de la biblioteca, el más humilde entre los humildes, con su sencilla sotana de sacerdote, su barba larga y gris y aquellos ojos pequeños y penetrantes: un moderno ermitaño en un bosque de setecientos mil tomos, cuyos secretos conocía él menos que nadie.”

Cursos de escritura en Valencia, clave R-37. Sally Salminen, fragmento de «Katrina»:

“Allí hay granjas enormes, espléndidas. Yo mismo tengo en Åland una finca preciosa…, una casa magnífica, pintada toda de blanco, con dos pisos y un balcón. Allí no tenemos estas casuchas bajas y anticuadas que se ven aquí. Las nuestras parecen ya casas de ciudad. Y, ¡claro!, yo no necesito navegar, pero me atrae eso de andar de un sitio para otro:
¡qué voy a hacerle, soy así!
—Pero, entonces, ¿quién cultiva allí la tierra?
—Pues lo hacen los labriegos. Además, allí la tierra no necesita que se ocupen de ella. Todo crece como la hierba.
En Åland tenemos un clima muy distinto del de aquí. En invierno me figuro que tendréis un frío de todos los diablos y también mucha nieve.”

Cursos de escritura en Valencia, clave R-37. Tove Jansson, fragmento de “La familia Mumin en invierno”:

“El valle estaba envuelto en una especie de crepúsculo gris. Ya no era verde, sino blanco. Todo lo que antes se movía estaba ahora paralizado. No se producía ningún sonido que revelase la existencia de vida. Las cosas con aristas y ángulos presentaban bordes redondeados.
—Esto es la nieve —murmuró para sí el trol Mumin—. He oído hablar de ella a mamá, y la llamaba nieve.
Sin que Mumin tuviera la más remota idea de tal cosa, su piel aterciopelada decidió en aquel instante empezar a volverse lanuda, convirtiéndose poco a poco en una piel de abrigo para el invierno. Eso llevaría algún tiempo, pero, al menos, la decisión estaba tomada y eso resultaba muy práctico.”

Otras recomendaciones literarias en curso de la clave R-37: 

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Actividades complementarias de la clave TIVSF-23

Colinas como elefantes blancos, de Ernest Hemingway

Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. El norteamericano y la muchacha que iba con él tomaron asiento en una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid.

-¿Qué tomamos? -preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa.

-Hace calor -dijo el hombre.

-Tomemos cerveza.

-Dos cervezas -dijo el hombre hacia la cortina.

-¿Grandes? -preguntó una mujer desde el umbral.

-Sí. Dos grandes.

La mujer trajo dos tarros de cerveza y dos portavasos de fieltro. Puso en la mesa los portavasos y los tarros y miró al hombre y a la muchacha. La muchacha miraba la hilera de colinas. Eran blancas bajo el sol y el campo estaba pardo y seco.

-Parecen elefantes blancos -dijo.

-Nunca he visto uno -el hombre bebió su cerveza.

-No, claro que no.

-Nada de claro -dijo el hombre-. Bien podría haberlo visto.

La muchacha miró la cortina de cuentas.

-Tiene algo pintado -dijo-. ¿Qué dice?

-Anís del Toro. Es una bebida.

-¿Podríamos probarla?

-Oiga -llamó el hombre a través de la cortina.

La mujer salió del bar.

-Cuatro reales.

-Queremos dos de Anís del Toro.

-¿Con agua?

-¿Lo quieres con agua?

-No sé -dijo la muchacha-. ¿Sabe bien con agua?

-No sabe mal.

-¿Los quieren con agua? -preguntó la mujer.

-Sí, con agua.

-Sabe a orozuz -dijo la muchacha y dejó el vaso.

-Así pasa con todo.

-Sí-dijo la muchacha-. Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha esperado tanto tiempo, como el ajenjo.

-Oh, basta ya.

-Tú empezaste -dijo la muchacha-. Yo me divertía. Pasaba un buen rato.

-Bien, tratemos de pasar un buen rato.

-De acuerdo. Yo trataba. Dije que las montañas parecían elefantes blancos. ¿No fue ocurrente?

-Fue ocurrente.

-Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que hacemos, ¿no? ¿Mirar cosas y probar bebidas?

-Supongo.

La muchacha contempló las colinas.

-Son preciosas colinas -dijo-. En realidad no parecen elefantes blancos. Sólo me refería al color de su piel entre los árboles.

-¿Tomamos otro trago?

-De acuerdo.

El viento cálido empujaba contra la mesa la cortina de cuentas.

-La cerveza está buena y fresca -dijo el hombre.

-Es preciosa -dijo la muchacha.

-En realidad se trata de una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En realidad no es una operación.

La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa.

-Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el aire.

La muchacha no dijo nada.

-Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural.

-¿Y qué haremos después?

-Estaremos bien después. Igual que como estábamos.

-¿Qué te hace pensarlo?

-Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices.

La muchacha miró la cortina de cuentas, extendió la mano y tomó dos de las sartas.

-Y piensas que estaremos bien y seremos felices.

-Lo sé. No debes tener miedo. Conozco mucha gente que lo ha hecho.

-Yo también -dijo la muchacha-. Y después todos fueron tan felices.

-Bueno -dijo el hombre-, si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo.

-¿Y tú de veras quieres?

-Pienso que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres.

-Y si lo hago, ¿serás feliz y las cosas serán como eran y me querrás?

-Te quiero. Tú sabes que te quiero.

-Sí, pero si lo hago, ¿volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como elefantes blancos?

-Me encantará. Me encanta, pero en estos momentos no puedo disfrutarlo. Ya sabes cómo me pongo cuando me preocupo.

-Si lo hago, ¿nunca volverás a preocuparte?

-No me preocupará que lo hagas, porque es perfectamente sencillo.

-Entonces lo haré. Porque yo no me importo.

-¿Qué quieres decir?

-Yo no me importo.

-Bueno, pues a mí sí me importas.

-Ah, sí. Pero yo no me importo. Y lo haré y luego todo será magnífico.

-No quiero que lo hagas si te sientes así.

La muchacha se puso en pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado, había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro. Muy lejos, más allá del río, había montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio el río entre los árboles.

-Y podríamos tener todo esto -dijo-. Y podríamos tenerlo todo y cada día lo hacemos más imposible.

-¿Qué dijiste?

-Dije que podríamos tenerlo todo.

-Podemos tenerlo todo.

-No, no podemos.

-Podemos tener todo el mundo.

-No, no podemos.

-Podemos ir adondequiera.

-No, no podemos. Ya no es nuestro.

-Es nuestro.

-No, ya no. Y una vez que te lo quitan, nunca lo recobras.

-Pero no nos los han quitado.

-Ya veremos tarde o temprano.

-Vuelve a la sombra -dijo él-. No debes sentirte así.

-No me siento de ningún modo -dijo la muchacha-. Nada más sé cosas.

-No quiero que hagas nada que no quieras hacer…

-Ni que no sea por mi bien -dijo ella-. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza?

-Bueno. Pero tienes que darte cuenta…

-Me doy cuenta -dijo la muchacha.- ¿No podríamos callarnos un poco?

Se sentaron a la mesa y la muchacha miró las colinas en el lado seco del valle y el hombre la miró a ella y miró la mesa.

-Tienes que darte cuenta -dijo- que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti.

-¿No significa nada para ti? Hallaríamos manera.

-Claro que significa. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se interponga. Y sé que es perfectamente sencillo.

-Sí, sabes que es perfectamente sencillo.

-Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé.

-¿Querrías hacer algo por mí?

-Yo haría cualquier cosa por ti.

-¿Querrías por favor por favor por favor por favor callarte la boca?

Él no dijo nada y miró las maletas arrimadas a la pared de la estación. Tenían etiquetas de todos los hoteles donde habían pasado la noche.

-Pero no quiero que lo hagas -dijo-, no me importa en absoluto.

-Voy a gritar -dijo la muchacha.

La mujer salió de la cortina con dos tarros de cerveza y los puso en los húmedos portavasos de fieltro.

-El tren llega en cinco minutos -dijo.

-¿Qué dijo? -preguntó la muchacha.

-Que el tren llega en cinco minutos.

La muchacha dirigió a la mujer una vívida sonrisa de agradecimiento.

-Iré llevando las maletas al otro lado de la estación -dijo el hombre. Ella le sonrió.

-De acuerdo. Ven luego a que terminemos la cerveza.

Él recogió las dos pesadas maletas y las llevó, rodeando la estación, hasta las otras vías. Miró a la distancia pero no vio el tren. De regresó cruzó por el bar, donde la gente en espera del tren se hallaba bebiendo. Tomó un anís en la barra y miró a la gente. Todos esperaban razonablemente el tren. Salió atravesando la cortina de cuentas. La muchacha estaba sentada y le sonrió.

-¿Te sientes mejor? -preguntó él.

-Me siento muy bien -dijo ella-. No me pasa nada. Me siento muy bien.

Colinas como elefantes blancos, de Ernest Hemingway

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