GEMELOS LITERARIOS. Talleres y cursos en Valencia de escritura creativa. Clave G-43

5 Feb

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   Dos textos cruzados van a ser alumbrados en el mismo parto. Los grupos intermedios de nuestros talleres y cursos en Valencia comenzarán a trabajar en breve con las consignas de escritura de la clave G-43.  La próxima experiencia creativa de LIBRO, VUELA LIBRE necesitará dos cigotos, cuya gestación literaria ocurra simultáneamente,  y uno de los fragmentos de «Geishas rivales«, del escritor japonés Nagai Kafu, a quien Patrick Modiano consideró el gran descriptor de Tokio,  será el  disparador del primer par de gemelos literarios que comenzarán a poblar las clases de nuestro taller de creación literaria en curso.

Talleres y cursos de escritura creativa en Valencia de LIBRO, VUELA LIBRE. GEMELOS LITERARIOS, fragmento de la clave G-43

cursos-en-valencia“En el pasillo sólo deambulaban una joven acomodadora y una vendedora. No había ni rastro de Komayo. Se sentó entonces en uno de los bancos del pasillo, encendió un puro y se puso a divagar sobre los sucesos de siete u ocho años antes… Se había licenciado a los veinticinco años y, después de irse a Occidente, donde pasó dos años, entró en la empresa en la que estaba empleado ahora. Desde entonces, en esos seis o siete años-ahora que lo pensaba bien- había trabajado de firme en la misma compañía. Había invertido en bolsa y amasado una pequeña fortuna. Se había labrado, además, una posición social.
También lo había pasado bien; y-pensaba Yoshioka- había bebido bastante, aunque sorprendentemente su salud no se había resentido. Como decía con orgullo a las personas de su entorno, era, en suma, una persona muy ocupada: sin tiempo siquiera de pensar, ni una sola vez, en aquellos días ya lejanos. Pero esa noche en que por un puro azar acababa de reencontrarse con esa mujer que lo había introducido en el mundo de las geishas cuando él no era más que un simple estudiante, los viejos recuerdos, sin saber bien por qué, parecían rebullir y agolpársele por primera vez en la memoria.
En aquellos largos años en que no sabía nada, la simple existencia de las geishas le parecía envuelta en un hechizo misterioso e irresistible. Cualquier palabra de una de esas mujeres lo embargaba de una felicidad indescriptible. Hoy, por mucho que lo intentara, ya no podía recuperar aquella sensación ingenua y pura de entonces.
Cuando desde el escenario llegaron a sus oídos las notas del samisén, le vino a la memoria la primera vez que fue al barrio tokiota de Shinbashi. Hoy este recuerdo le parecía tan grandioso que, sin querer, una sonrisa se dibujó en sus labios. Tampoco pudo evitar sentirse un poco extraño al pensar que ahora era un hombre curtido en ese campo donde florecían diversiones de todos los colores. Incluso, al reflexionar en la astucia y el cálculo que adoptaba en su relación con la gente, llegó a sentir cierta incomodidad. «Me he servido de la astucia hasta en ese campo… pero también he sido demasiado exigente con los detalles…» Ahora lamentaba haber llegado por primera vez a este conocimiento de sí mismo.
Podía ser completamente cierto. En su empresa, a Yoshioka le habían confiado un puesto importante, el de jefe de departamento de ventas, a pesar de no llevar en ella ni diez años. El presiente y los gerentes lo valoraban como un empleado dotado de gran talento para los negocios. Por otra parte, sin embargo, no podía decirse que gozara de popularidad entre sus compañeros y subordinados.
 “En el pasillo sólo deambulaban una joven acomodadora y una vendedora. No había ni rastro de Komayo. Se sentó entonces en uno de los bancos del pasillo, encendió un puro y se puso a divagar sobre los sucesos de siete u ocho años antes… Se había licenciado a los veinticinco años y, después de irse a Occidente, donde pasó dos años, entró en la empresa en la que estaba empleado ahora. Desde entonces, en esos seis o siete años-ahora que lo pensaba bien- había trabajado de firme en la misma compañía. Había invertido en bolsa y amasado una pequeña fortuna. Se había labrado, además, una posición social.
También lo había pasado bien; y-pensaba Yoshioka- había bebido bastante, aunque sorprendentemente su salud no se había resentido. Como decía con orgullo a las personas de su entorno, era, en suma, una persona muy ocupada: sin tiempo siquiera de pensar, ni una sola vez, en aquellos días ya lejanos. Pero esa noche en que por un puro azar acababa de reencontrarse con esa mujer que lo había introducido en el mundo de las geishas cuando él no era más que un simple estudiante, los viejos recuerdos, sin saber bien por qué, parecían rebullir y agolpársele por primera vez en la memoria.
En aquellos largos años en que no sabía nada, la simple existencia de las geishas le parecía envuelta en un hechizo misterioso e irresistible. Cualquier palabra de una de esas mujeres lo embargaba de una felicidad indescriptible. Hoy, por mucho que lo intentara, ya no podía recuperar aquella sensación ingenua y pura de entonces.
Cuando desde el escenario llegaron a sus oídos las notas del samisén, le vino a la memoria la primera vez que fue al barrio tokiota de Shinbashi. Hoy este recuerdo le parecía tan grandioso que, sin querer, una sonrisa se dibujó en sus labios. Tampoco pudo evitar sentirse un poco extraño al pensar que ahora era un hombre curtido en ese campo donde florecían diversiones de todos los colores. Incluso, al reflexionar en la astucia y el cálculo que adoptaba en su relación con la gente, llegó a sentir cierta incomodidad. «Me he servido de la astucia hasta en ese campo… pero también he sido demasiado exigente con los detalles…» Ahora lamentaba haber llegado por primera vez a este conocimiento de sí mismo.
Podía ser completamente cierto. En su empresa, a Yoshioka le habían confiado un puesto importante, el de jefe de departamento de ventas, a pesar de no llevar en ella ni diez años. El presiente y los gerentes lo valoraban como un empleado dotado de gran talento para los negocios. Por otra parte, sin embargo, no podía decirse que gozara de popularidad entre sus compañeros y subordinados.
Hacía unos tres años que mantenía una geisha de nombre Rikiji, la cual trabajaba por su cuenta e incluso poseía su propia agencia de geishas, llamada Minatoya, en el mismo barrio de Shinbashi. Pero Yoshioka no era el típico danna que podía ser manejado como a su mantenida le diera la gana. Para empezar, sabía-porque lo veía con sus propios ojos- que las facciones de Rikiji no eran bellas. Pero era una mujer que dominaba su oficio a la perfección y que en todas partes era reconocida como una neesan. Para un hombre como Yoshioka, cuyo trabajo le exigía una vida social intensa, era conveniente mantener a una o dos geishas a las que confiar los banquetes y agasajos a clientes. Fingiendo estar enamorado de Rikiji, lograba reducir gastos innecesarios.
Hacía unos tres años que mantenía una geisha de nombre Rikiji, la cual trabajaba por su cuenta e incluso poseía su propia agencia de geishas, llamada Minatoya, en el mismo barrio de Shinbashi. Pero Yoshioka no era el típico danna que podía ser manejado como a su mantenida le diera la gana. Para empezar, sabía-porque lo veía con sus propios ojos- que las facciones de Rikiji no eran bellas. Pero era una mujer que dominaba su oficio a la perfección y que en todas partes era reconocida como una neesan. Para un hombre como Yoshioka, cuyo trabajo le exigía una vida social intensa, era conveniente mantener a una o dos geishas a las que confiar los banquetes y agasajos a clientes. Fingiendo estar enamorado de Rikiji, lograba reducir gastos innecesarios.»
Nagai Kafu, fragmento de Geishas rivales

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