Las obras de Raymond Carver y John Cheever, dos grandes maestros del realismo sucio, regresan a nuestro taller de escritura para inaugurar, esta temporada, las actividades y los tributos en curso de la clave RS-13 en las comunidades literarias de LIBRO, VUELA LIBRE en Valencia.

Taller de escritura creativa de LIBRO VUELA LIBRE, tributos al DIRTY REALISM. El padre, de Raymond Carver:
El Padre
Por Raymond Carver
El bebé estaba en una canasta al lado de la cama, y llevaba puesto un pelele y un gorro blanco. La canasta de mimbre estaba recién pintada, acolchada con pequeños edredones azules y sujeta con cintas de color azul claro. Las tres hermanitas y la madre, que se acababa de levantar de la cama y aún no se había despertado del todo, y la abuela rodeaban todas al bebé y observaban cómo miraba con fijeza y de cuando en cuando se llevaba el puño a la boca. No sonreía ni reía, pero a veces parpadeaba y movía la lengua entre los labios cuando una de las niñas le pasaba la mano por la barbilla.
El padre estaba en la cocina y le oía jugar con el bebé.
– ¿A quién quieres tú pequeñín? –dijo Phyllis–, y le hizo cosquillas en la barbilla.
–Nos quiere a todos –dijo Phyllis–, pero al que quiere de veras es a papá, ¡porque papá también es chico!
La abuela se sentó en el borde de la cama y dijo:
– ¡Mirad su bracito! Tan gordo. ¡Y esos deditos! Igualitos que los de su madre.
– ¿No es una preciosidad? –dijo la madre–. Tan sano, mi niñito. –Se inclinó sobre la cuna, besó al bebé en la frente y tocó la colcha que le tapaba el brazo–. Nosotros también le queremos.
– ¿Pero a quién se parece, a quién se parece? –exclamó Alice, y todas ellas se acercaron a la canasta para ver a quién se parecía.
–Tiene los ojos bonitos –dijo Carol.
–Todos los bebés tienen los ojos bonitos –dijo Phyllis.
–Tiene los labios del abuelo –dijo la abuela–. Fijaos en esos labios.
–No sé… –dijo la madre–. No sabría decir.
– ¡La nariz! ¡La nariz! –gritó Alice.
– ¿Qué pasa con su nariz? –preguntó la madre.
–En la nariz se parece a alguien –dijo la niña.
–No, no sé… –dijo la madre–. No creo.
–Esos labios… –dijo entre dientes la abuela–. Esos deditos… –dijo, destapando la mano del bebé y extendiéndole los menudos dedos.
– ¿A quién se parece este niño?
–No se parece a nadie –dijo Phyllis. Y todas se acercaron aún más a la canasta.
– ¡Ya sé! ¡Ya sé! –dijo Carol–. ¡Se parece a papá! –Todas miraron al bebé de muy cerca.
– ¿Pero a quién se parece papá? –preguntó Phyllis.
– ¿A quién se parece papá?– repitió Alice, y entonces todas ellas miraron a la vez hacia la cocina, donde el padre estaba en la mesa, de espaldas a ellas.
– ¡Vaya, a nadie! –dijo Phyllis, y se puso a lloriquear un poco.
–Calla –dijo la abuela, apartando la mirada. Luego volvió a mirar al bebé.
– ¡Papá no se parece a nadie! –dijo Alice.
–Pero tendrá que parecerse a alguien –dijo Phyllis, secándose los ojos con una de las cintas. Y todas salvo la abuela miraron al padre, que seguía sentado en la cocina.
Se había dado la vuelta en su silla y tenía la cara pálida y sin expresión.
Taller de escritura de LIBRO, VUELA LIBRE en Valencia: ejercicios de ritmo de la clave RS-13 :
Raymond Carver
De qué hablamos cuando hablamos de amor (fragmento). Taller de escritura, tributos de la clave RS-13 ( anterior código de ritmo en la escritura: 7 c, 5 p)
“Estábamos los cuatro sentados a la mesa de la cocina de su casa, bebiendo ginebra. El sol, que entraba por el ventanal de detrás del fregadero, inundaba la cocina.
(…)
Había un cubo de hielo encima de la mesa. La ginebra y la tónica circulaban sin parar, y surgió no sé cómo el tema del amor.
(…)
Puede que para entonces estuviéramos ya un poco borrachos. Sé que nos resultaba difícil mantener las cosas en su justo punto. La luz abandonaba ya la cocina, se retiraba a través de la ventana al lugar de donde había venido. Y sin embargo, nadie hizo el más mínimo ademán de levantarse para encender la luz encima de nuestras cabezas.
(…)
Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras. »
John Cheever
Diarios (fragmento). Taller de escritura. Tributos de la clave RS-13 (anterior código de ritmo en la escritura: 10 c, 2 p y c)
» Cuando la autodestrucción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el de las 8:20 y llegas tarde para solicitar un aumento del crédito. El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, sólo encuentras el grano de arena.
(…)
Sentado en las piedras frente a la casa, mientras bebo whisky escocés y leo a Esquilo, pienso en nuestras aptitudes. Cómo recompensamos nuestros apetitos, conservamos la piel limpia y tibia y satisfacemos anhelos y lujurias. No aspiro a nada mejor que estos árboles oscuros y esta luz dorada. Leo griego y pienso que el publicista que vive en frente tal vez haga lo mismo; que cuando la guerra nos da un respiro, hasta la mente del agente publicitario se inclina por las cosas buenas. Mary está arriba y dentro de poco iré a imponer mi voluntad. Ésa es la punzante emoción de nuestra mortalidad, el vínculo entre las piedras mojadas por la lluvia y el vello que crece en nuestros cuerpos. Pero mientras nos besamos y susurramos, el niño se sube a un taburete y engulle no sé qué arseniato sódico azucarado para matar hormigas. No hay una verdadera conexión entre el amor y el veneno, pero parecen puntos en el mismo mapa. »
Más información y solicitud de plaza en los talleres literarios de LIBRO, VUELA LIBRE en curso: auroralunav@hotmail.com








